Marcos Escritores de Costa Rica - Jose León Sánchez
   
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Jose León Sánchez

La historia del costarricense José León Sánchez es como un cuento: último de una familia donde abundaba el hambre, vivirá el ambiente del hospicio y del reformatorio, acabando con una condena en prisión.
Su actividad literaria pasa por la dirección de la Asociación de Escritores y Artistas de México y Costa Rica y la pertenencia a la comunidad Latinoamericana de Escritores y del Instituto Cultural Costarricense-Israelí.
Galardonado varias veces con el Premio Nacional de Literatura en Costa Rica y uno de los pocos creadores en América graduado Doctor Honoris Causa por la UNAM, sus libros, algunos de los cuales han llegado a cambiar el pensamiento de la justicia penal en su país, pueden encontrarse por igual en Rusia, Alemania, Holanda, Israel, Ucrania, Polonia y otros muchos lugares del mundo. 

José León Sánchez tenía apenas 19 años cuando llegó a presión, acusado de un crimen "espantoso", tanto, que ya en la prisión de la isla de San Lucas, los boteros organizaban tours turísiticos que incluían, entre sus atractivos, poder ver "al mostruo de la Basílica".

Una parte muy importante de esta vida comenzada en 1930 está señalada por el dolor, el desamparo y la marginalidad. La otra, por el éxito de ser, pese al prejuicio y al menosprecio de muchos de los sectores "académicos", el escritor costarricense más célebre en el extranjero.

Ese éxito se concentra en su primera y, pese a todo, más conmovedora de sus obras: La isla de los hombres solos, que este año ha alcanzado la edición número 150 en español, y acerca de la cual se han hecho una película, una telenovela y una tira cómica.

De esta obra el Premio Nobel español Camilo José Cela ha dicho: "Dos paralelismos tétricos y asombrosos hermanan dos de los libros que más me han impresionado a lo largo de mi vida. La lucha de Phoolan Devi, en su libro publicado en Nueva Delhi, 1995, y La isla de los hombres solos, del escritor mesoamericano José León Sánchez. Las autoridades de Madhya Pradesh vedaron a la primera hasta el permiso para pisar la tierra donde nació; al segundo, el hombre aviesamente convertido en lobo despiadado, durante muchos años le fueron negados los diez minutos de sol a los que tenían derecho según la ley..."

La isla de los hombres solos reúne tres tipos diferentes de emoción. La primera es su valor intrínseco, obra de un autor que aprende a escribir casi sin saber qué cosa es la literatura, pero cuyo talento logra un resultado enternecedor, a veces apabullante; la segunda, es la historia del autor, el carácter testimonial de cada una de las palabras que allí se contienen, y que le quitan a uno el resuello; la tercera es la historia misma de la obra, apenas conocida.

José León Sánchez la escribió con cabos de lápices diferentes en pedazos del papel que se utiliza en la confección de los sacos del cemento y que los presos usualmente utilizaban como cama. El lo cuenta como sigue:

"Yo les escribía a los compañeros cartas, porque éramos muy pocos los que sabíamos escribir. Les cobraba cinco centavos por hoja, y era exactamente una hoja por un solo lado lo que se podía escribir, porque el penal no permitía que se escribiera más, como no se permitía tampoco enviar ni recibir malas noticias, quejas o expresiones de tristeza o malestar.

"Entonces un día vino un preso ya muy anciano, Juan Valderrama, con uno de esos pliegos de bolsa de cemento y un lápiz, un lápiz grande, y me dijo: 'Loco ( porque a mí me decían Loco), te voy a pagar un cuatro, si me escribes una carta'. Un cuatro eran cincuenta centavos. Imagínate: ¡un cuatro!, cuando yo lo que cobraba eran cinco centavos por carta, es decir, diez veces menos.

"Y empezó a contarme la historia, que yo sabía que él no iba a poder enviar por correo, menos escrito es ese tipo de papel. Pero él insistía: 'Te voy a pagar un cuatro'.

"Aquel primer día yo le pedí que me dejara lo que había escrito, y por la noche se los leí a los compañeros, y todos estaban entusiasmadísimos con la historia. Así nació La isla de los hombres solos".

No era la primera vez que José León Sánchez se enfrentaba a la palabra escrita. Unos años atrás había emprendido la tarea que sorprende a cualquiera: la redacción de un escrito que rebela la incocencia de los condenados por uno de los crímenes más recordados, el llamado "crimen de Colima".

Pero lo que aquel reo despreciado por todos tenía ahora frente a sí era algo mucho más grande: era enfrentarse con su propia vida. Porque aquella historia del joven acusado de lanzar a río a su esposa y su pequeña niña, y que se narra en las primeras páginas de la novela, era solo el pretexto para contar su propio padecimiento, esa vida suya truncada a los 19 años por una condena de 45 años, que para efectos de la época era una cadena perpetua (se decía que quien llegaba a la isla con una condena superior a cinco años, no saldría de allí sino muerto).

En esas páginas José León Sánchez reflejó no solo su propia experiencia, sino la de todos sus compañeros.

"La isla de los hombres solos fue el primer libro oral de Costa Rica-- agrega José León Sánchez. Nosotros hacíamos con latas de sardina, carbolina o aceite y una mecha, unas pequeñas lámparas que empleábamos para jugar dados durante las noches. Allí, alumbrados por esas pequeñas velitas, yo les leía cada noche los capítulos de mi novela.

"Como estaban escritas en papel de bolsa de cemento, algunos reos me las robaban para hacer una cama con ellos (recuerda que no teníamos cama, que todos dormíamos en el suelo). Por eso yo cargaba con mis escritos día y noche. Y por eso me decían el loco del rollo de papel.

"A San Lucas llegaban los turistas los fines de semana a conocer al 'monstruo de la Basílica', y yo les leía capítulos de mi novela a cambio de algunas monedas. Mucho tiempo duró esa práctica, hasta que las autoridades del penal decidieron cancelarla".

De aquellas hojas, escritas con trazos casi ilegibles desde un extremo hasta el otro, se conserva solamente una, que el escritor muestra con esa mirada socarrona, cargada de ironía y buen humor, aunque no puede ocultar esa resaca de dolor que dejan los recuerdos.

 

 

Igualmente impresionante es cómo este novel escritor pudo haber publicado, con sus porpias manos, una obra que hoy ocupa 300 páginas en cualquier edición moderna.

José León Sánchez cuanta que él mismo construyó el mimeógrado de madera donde se imprimieron una a una los cien ejemplares de la edición príncipe. "La tomé de un ejemplar de (la revista) Mecánica popular, y la construimos en el taller del penal", confiesa.

Personajes cuyos nombres hoy son muy conocidos le ayudaron entonces, entre ellos René Picado Esquivel, fundador del primer canal de televisión del país, con quien había trabado conocimiento a partir del trabajo noticioso de este canal. En ese noticiero, hoy convertido en el primero del país, Picado dio a conocer la existencia de la obra.

"René Picado se había propuesto regalar un aparato de televisión a cada penal, y allí veíamos un noticiero en el que él actuaba como director, presentador y único periodista", recuerda José León.

"Ese fue el hombre que me regaló las resmas de papel para impremir esa primera edición".

Pero la historia no podría ser tan simple. Esa primera edición fue destruida por órdenes del penal, quemada ante el llanto de rabia de su autor. La quema de la primera edición tiene como figura a uno de los personajes más siniestros de los penales de Costa Rica, Graciano Acuña, verdugo impacable. Este individuo, sin embargo, rescató diez ejemplares de la edición mimeografiada, las cuales vendió por centavos. Para gloria de las letras nacionales, uno de esos ejemplares llegó a manos del periodista Joaquín Vargas Gené, quien entonces era Ministro de Justicia, y quien se convirtió en su puente para la inmortalidad.

Algunos de esos ejemplares se han recuperado. El Centro de Documentación "José León Sánchez" de la Universidad Autónoma de Centroamérica conserva uno de ellos, al lado de aquel mimeógrafo casero y de una vieja máquina de escribir que el reo utilizó años más tarde en su trabajo literario. Otro lo guarda con celo el mismo novelista.

Entonces corría el año de 1963.

Primer premio

Ese año había de ser marco para otro acontecimiento histórico.

"Un compañero de prisión, vino y me dijo que había un concurso de cuentos, y que el premio eran 2.000 pesos", relata (esa cifra equivalía aproximadamente a 312 dólares de la época). "Imagínate. Imagínate que podrían ser 2.000 pesos para mí, si en nueve años de prisión yo nunca había logrado tener más de un dólar. Y me puse a escribir.

Constantino Láscaris Conmemo había venido a Costa Rica a impulsar el desarrollo de los Estudios Generales o Humanidades en la Universidad de Costa Rica, y le intrigó que en el país no hubiera concursos literarios. El sabio español impulsó entonces los Juegos Florales. Lo que él no podía imaginar siquiera es que el primer premio de aquel primer concurso podía ser ganado por el más temido reo de la penintenciaría de San Lucas.

La historia no es corta. Uno de los jurados, se opuso hasta el final a ese premio, y adujo que se trataba posiblemente de un plagio. Pero sus reclamos no pudieron imponerse ante la terquedad de los hechos.

La noche en que se entregaron los premios, una silla vacía del escenario del Teatro Nacional fue engalanada, por petición de Láscaris Conmeno, con un ramo de rosas. Y el cuento El poeta, el niño y el río recibía, en ausencia de su autor, el premio de los primeros Juegos Florales.

Dos años más tarde la obra Cuando canta el caracol recibía el premio del Festival Centroamericano de Cultura de Guatemala, el primer reconocimiento internacional del más internacional de los autores costarricenses.

En 1967 recibió el Premio Nacional de Literatura por su obra La Cattleya negra. Dos años después, la mención de honor por la novela La colina del buey.

Luego habían de venir otros dos premios por sus obras Campanas para llamar al viento y Tenochtitlan, pero ya para entonces José León Sánchez vivía en México y era un escritor reconocido en todo el mundo.

El 8 de junio de 1980, treinta años después de haber entrado a prisión, José León Sánchez recobró su libertad.

El 24 de junio de 1998, 48 años después de la condena, la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia declaró "con lugar" una solicitud de inocencia del escritor.

Por fin, el 21 de julio de ese mismo año, la Sala III de esa misma Corte por unanimidad declaró que "al señor José León Sánchez se le libera de toda pena y responsabilidad" y abre la puerta para una demanda civil, que el escritor ha cifrado en 2 millones de dólares, dinero que donará a la policía para la un laboratorio técnico de ADN y la Universidad de Costa Rica para la creación de la cátedra de derecho penitenciario.

Con lágrimas en los ojos, José León Sánchez declaró en aquella oportunidad: "Ahora puedo andar por la calle con la frente en alto", él, cuya frente es una de las más altas con que ha contado la Patria en siglo y medio de vida independiente.

Quizá falten algunas palabras

Sí, quizá hagan falta.

Siento siempre que José León no goza del reconocimiento que él se merece. No me extraña, por otra parte. Tampoco tuvieron el reconocimiento merecido ni Max Jiménez ni Genaro Cardona. La verdad, tampoco lo tuvo en vida Jorge Debravo. En este país, los talentos más auténticos no tienen reconocimiento. Por eso comprendo cuando José León se declara "mexicano nacido en el país más bello del mundo (Costa Rica)".

La gente pregunta, con fuerte dosis de intriga, cómo es José León, si guarda rencores, si es un hombre amargado.

Quizá haya amargura en sus recuerdos, pero hay que decir que José León es un hombre jovial y alegre, bromista y despreocupado, modesto y amigable como pocos.

No me gusta preguntarle por aquellos años oscuros, pero a veces, por razones profesionales, he inquirido alguna que otra cosa.

El, la verdad, no quiere recordar, y por eso La isla de los hombres solos nunca le fue un libro querido. Su otra obra, Cuando nos alcanza el ayer, es un poco esa reconciliación con el pasado, una ventana por la que José León puede ver su juventud con mayor sosiego.

Un día le pregunté también por los otros, por los verdaderos monstruos de su historia. Me respondió mirándome a los ojos, sin un solo dejo de mentira, que no guarda ningún rencor. "Los perdono a todos", dijo.

 

 

 

   
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